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Jueves 30 de diciembre de 2004. Era la última de tres noches con las que el grupo de rock Callejeros pretendía cerrar el mejor año de su corta carrera. Estaba previsto que ese día interpretaran todas las canciones de Rocanroles sin Destino, su tercer trabajo discográfico, pero sólo llegaron a tocar algunos pocos segundos del primer tema.
“A hacer temblar la seguridad“, cantaba Patricio Santos Fontanet del tema “Distinto”, cuando un niño que estaba subido en los hombros de un adolescente encendió una candela y apuntó al cielo. Tal como había sucedido días atrás, una de las bolitas de fuego que lanza ese tipo de bengalas prendió en la media sombra que recubría el techo del boliche, pero esta vez no hubo forma de apagarlo con cerveza y banderas, como había pasado las noches anteriores.
La banda de rock, sorprendida, paró de tocar. Los materiales de la malla que se había instalado para proteger el techo ayudaron a propagar las llamas mucho más rápido hasta llegar al poliuretano. En segundos, el poco oxígeno que había en la sala se transformó en un veneno letal llamado ácido cianhídrico.
La capacidad del lugar estaba desbordada, no había salidas de emergencia habilitadas y su gerenciador, Omar Chabán, decidió cortar la luz por precaución. República de Cromañón, el lugar en donde debía celebrarse una fiesta, se transformó en una trampa mortal para 195 almas. Quizás más.
30 de Diciembre: Tragedia de República de Cromañón
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