La otra cara de la caminata sobre las brasas y los trucos de la fe

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El Tatá Yehasá o caminata sobre fuego, ritual religioso ancestralmente arraigado en el Litoral argentino, es un acto de fe que puede terminar con lesionados, como ocurrió esta madrugada en el barrio Aldana. Dice la leyenda que quien realmente está convencido del poder protector de San Juan, se vuelve inmune a las quemaduras.



Pero no todos tienen tanta convicción… El puesto de emergencias y asistencia sanitaria que instaló la Cruz Roja Argentina en el patio parroquial de la iglesia San Juan Bautista fue en un momento superado por los fieles que, tras desplazarse descalzos sobre carbones al rojo vivo, llegaron a duras penas hasta las camillas para calmar sus dolores y evitar inflamaciones. La temperatura que alcanza el carbón vegetal en su lenta pero sostenida combustión llega a los 1.000 grados, un dato que los más temerarios suelen ignorar cuendo -luego de la correspondiente bendición del cura- llega el momento de lanzarse a la aventura ígnea. Un voluntario de la Cruz Roja admitió esta madrugada a LA VOZ DE CORRIENTES que “muy poca gente realmente pasa por las brasas y soporta semejante temperatura sin necesitar asistencia”, a la vez que remarcó: “Pasadas las 12 de la noche, a medida que la gente comenzó la ceremonia, empezaron a llegar los más adoloridos uno tras otro”. Ampollas, plantas enrojecidas y ardores intensos fueron calmados con un arsenal de cremas antiquemaduras, apósitos fríos, palanganas con agua y en algunos casos una buena cantidad de xilocaína que cada voluntario llevaba en su botiquín de primeros auxilios.


Un devoto de San Juan de unos 60 años le confesó a su esposa mientras recibía un baño de agua fría recostado en el césped sobre sus codos: “Esta vez estaba muy ardiente, avivaron el fuego como loco”. Y era verdad: antes de que pasara cada promesero, los integrantes del grupo Scout que tiene como sede la parroquia San Juan Bautista se encargaban de darle vigor a las trozos de carbón ardiente a cada minuto. Literlamente, apantallaron con tapas de cacerolas todo el tiempo las brasas, de modo que nadie tuviera la “ventaja” de una película de cenizas morigerada por el rocío de la madrugada que pasada la medianoche se hacía perceptible en el pasto mojado. Los quemados (en general con lesiones leves) recibían ayuda de la Cruz Roja y se calzaban nuevamente sus zapatillas para reintegrarse al festival chamamecero, que era animado por un fervoros Alfredo Monzón.


No obstane, una minoría permaneció sentada. “Me laten las plantas de los pies, mañana no voy a laburar”, admitió un empleado municipal a este portal. Las ocho camillas de la Cruz Roja estuvieron a tope durante una hora y fracción, hasta que la gente dejó de caminar y el fuego se apagó. Para entonces, algunos pocos hacían gala de haber transitado sobre la carpeta ardiente con cierta parsimonia. Se dijo entre corrillos que son los conocedores del secreto del éxito para sortear indemnes la dolorosa ofrenda al patrono bautista: una combinación de fe y gel hidratante que baja la temperatura del pie justo antes de dar el primer paso



La otra cara de la caminata sobre las brasas y los trucos de la fe

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